domingo, 29 de enero de 2012

Viaje a un lugar más allá de la imaginación


55 Cancri E, un lugar más extraño de lo que nadie podría imaginarse.

A unos 15 años-luz de La Tierra se encuentra un planeta, uno más de los ya centenares que se conocen, el doble de grande que el nuestro y con unas 8 veces su masa, es decir lo que habitualmente se llama una "Super-Tierra"...no es un lugar que nos gustaría visitar, porque está tan cerca de su estrella (26 veces más de lo que estáMercurio del Sol) que apenas tarde 18 horas en completar una órbita, y nuestro mundo, de ocupar esa misma posición, registraría temperaturas diurnas por encima de los 1700Cº, es decir, practicamente sería una esfera de roca ígnia bajo la mirada de un sol que ocuparía prácticamente todo el firmamento.

Descubierto en 2004 alrededor de 55 Cancri, muy parecida al Sol en tamaño y brillo (ambas están clasificadas como Enanas Amarillas), se estimó que su tamaño y masa era consistente con la imágen de un denso mundo de roca sólida abrasado por la aterradora luz de su cercano sol...sin embargo ahora el telescopio espacial Spitzer, tras largas observaciones (55 Cancri E eclipsa a su estrella cada 18 horas, lo que lo convierte en uno de los planetas exosolares que es más facil estudiar) viene a poner en duda esa imágen hasta cierto punto "aburrida" con datos que indican algo diametralmente opuesto: Estariamos ante un mundo más humedo y extraño de lo que nadie podría imaginar.

Y es que dichos datos sugieren, a partir de la cantidad de luz que parece bloquear cada vez que pasa entre la estrella y nosotros, que al menos un 20% del total de su masa debe estar compuesta de elementos ligeros y diversos compuestos...incluida gran cantidad de agua.

¿Como es posible? La respuesta es que, teniendo en cuenta el intenso calor y las grandes presiones reinantes, podría estar presente en forma de un fluido supercrítico, nombre que recibe cualquier sustancia que se encuentre en condiciones de presión y temperatura superiores a su punto crítico. Consideradas, al desaparecer los límites entre ambos, un híbrido entre un gas y un líquido, puede difundirse como el primero puede y disolver materiales como el segundo...realmente curioso, verdad?

Los fluidos supercríticos no son algo desconocido en La Tierra, sinó que están presenten a nuestro alrededor aunque muchas veces no nos demos cuenta...El aguase convierte en supercrítica en algunas turbinas de vapor (y tiende a disolver las puntas de las palas de las turbinas), el Dióxido de carbono supercrítico se utiliza para eliminarla cafeína de los granos de café, y en ocasiones para lavar en seco la ropa, y el combustible líquido de los cohetes también se encuentra en estado supercríticocuando emerge de la cola de una nave espacial en pleno ascenso...

En 55 Cancri e los fluidos supercríticos podrían estar presentes de forma natural, llenando la superficie de un mundo donde su Sol ocupa casi todo el firmamento y los años duran unas pocas...sin lugar a dudas un mundo extraño hasta más allá de la imaginación y todo una lección de que nunca debemos dar por hecho que conocemos completamente la naturaleza de otros mundos y ya no es necesario seguir estudiándolos...porqué siempre te pueden sorprender cuando menos te lo esperes.






lunes, 23 de enero de 2012

¿Existió un metamaterial acechando en el universo primigenio?

Un científico estadounidense plantea que el vacío debe comportarse como un metamaterial en los campos de alto magnetismo. Es probable que estos campos magnéticos hayan estado presentes en los inicios del universo y, por lo tanto, él sugiere que, es posible comprobar esta predicción observando la radiación del fondo cósmico de microondas (Cosmic Microwave Background = CMB), una reliquia de los inicios del universo que aún puede observarse en la actualidad


Una de las predicciones de la física más extrañas del 2011 fue la sugerencia de Maxim Chernodub, del Centro Nacional Francés de Investigaciones Científicas, que dijo que, con campos magnéticos extremadamente altos, pueden surgir estados superconductores a partir del vacío. Esto fue particularmente interesante, porque una de las principales dificultades que enfrentan los científicos que trabajan en la superconductividad tradicional es prevenir que los estados superconductores desaparezcan en presencia de campos magnéticos, incluso moderados.

Sopa de quarks y antiquarks

En abril del año pasado, Chernodub sostuvo que un campo magnético extremadamente alto debería crear superconducción en el vacío a lo largo del eje de ese campo, y el vacío restante aislando en dirección perpendicular al campo. Esta predicción se basa en lacromodinámica cuántica (quantum chromodynamics = QCD), que describe las interacciones entre quarks y gluones. La QCD trata al vacío no como un espacio vacío, sino algo así como una hirviente sopa de quarks y antiquarks virtuales que aparecen y desaparecen constantemente de la existencia. Un quark arriba puede combinar con un anti quark abajo para producir un mesón rho.

Normalmente, estos mesones rho son tan inestables que desaparecen casi al instante; sin embargo, Chernodub ha calculado que, si la intensidad del campo magnético es superior a 1016 T, los mesones se volverían partículas sin masa, por lo tanto estables. Esto, según su predicción, los llevaría a un estado superconductor. Esto sería imposible de reproducir en un laboratorio en la actualidad, ya que aquí, en la Tierra, los científicos tienen verdaderos problemas para producir campos de más de 100 T.

Ahora, Igor Smolyaninov, de la Universidad de Maryland, basándose en el trabajo de Chernodub quiere demostrar que las líneas paralelas de un campo magnético en el vacío se organizarían para formar un entramado triangular en el plano perpendicular al campo, similar a la red de Abrikosov de un superconductor. El vacío cercano una línea del campo sería un superconductor, mientras que las regiones entre las líneas del campo actuarían como aislantes.

Extrañas propiedades

Esta configuración es muy similar a la de ciertos metamateriales fabricados por el hombre, formados de regiones que contienen entramados de material conductor y material aislante. Smolyaninov ha demostrado que este entramado inducido por el campo magnético funcionaría como un metamaterial hiperbólico. Estos metamateriales poseen una extraña propiedad óptica, contraria a la intuición, de tener un índice de refracción negativo, y se han utilizado para crear superlentes capaces de resolver rasgos más pequeños que lo que impone el límite de difracción a las lentes normales.

Mientras que los físicos no tengan acceso a campos magnéticos suficientemente potentes como para poner a prueba la teoría de Smolyaninov, el campo magnético del universo, en la primera fracción de segundo después del Big Bang, podría haber sido lo suficientemente fuerte como para dar lugar al estado superconductor de Chernodub. El universo en su conjunto puede, por tanto, comportarse como una gigantesca superlente de metamaterial, argumenta Smolyaninov. Pese a que todavía debe hacer una predicción exacta y comprobable, Smolyaninov sugiere que, debería ser posible probar la idea del metamaterial, y, por inferencia, la idea de la superconductividad del vacío, mediante la búsqueda de señales de este efecto de lente en la actual estructura del universo, y en particular, en el CMB.

“Justo enfrente de mi nariz”

Chernodub está impresionado y explica que, mientras continúa trabajando en la superconductividad de vacío, también ha estado pensando en los metamateriales en la física de alta energía sin haber conectado ambos conceptos. “Entonces, replica Smolyaninov, sonriendo, ‘Hey, sabes que tu superconductor es un metamaterial perfecto’. Es como estar buscando una moneda y te la ponen justo enfrente de tu nariz”. Se pregunta, sin embargo, si las condiciones extremadamente calientes y densas del universo primitivo pudieron o no haber estado a tal distancia de la temperatura cero y del modelo de presión utilizados en el artículo de Smolyaninov y el propio como para que la superconductividad, y por lo tanto, la lente de metamaterial, fuesen imposibles.

El cosmólogo Andrew Jaffe, del Imperial College de Londres también se muestra escéptico sobre la posibilidad de probar esa idea utilizando como evidencia los inicios del universo. “Creo que hay una importante pega, que es que muchas de las ideas sobre la generación de campos magnéticos muy fuertes correponden a cuando el universo era pequeño en comparación con el radio del mesón rho. Por lo tanto, no estoy seguro de que se puedan aplicar los cálculos de Smolyaninov. Y en el momento en que ellos lo aplican, sospecho que la magnitud del campo habría sido demasiado pequeña como para tener un efecto de polarización del vacío.”

Fuente: Physics World. Traducido por Eduardo J. Carletti


miércoles, 18 de enero de 2012

La muerte de Nèmesis, el obscuro compañero del Sol.

Un gran poder destructivo sacude la Tierra cada 27 millones de años, pero ¿de qué se trata? Investigadores rechazan una vieja hipótesis astronómica


Dos investigadores norteamericanos han hecho pública una estremecedora teoría. Después de estudiar los datos de registros fósiles de hasta 500 millones de años de antigüedad, han llegado a la conclusión de que la Tierra es sacudida por una catástrofe colosal exactamente cada 27 millones de años, lo que ha provocado el mismo número de extinciones masivas. Suponen que algo llegado del espacio puedo provocar estas hecatombes mundiales, pero ¿el qué? No es fácil imaginar un proceso tan regular en nuestro caótico ecosistema interestelar. El artículo, que aparece publicado en el archivo científico arXiv y en la revista del Instituto de Tecnología de Massachusetts (MIT), Technology Rewiew, rechaza la famosa hipótesis de Némesis, la existencia de un oscuro y lejano compañero del Sol causante de estos apocalipsis cíclicos.

Adrian Melott, de la Universidad de Kansas, y Richard Bambach, del Instituto Smithsoniano en Washington, han examinado los datos de archivos fósiles de 500 millones de antigüedad -el doble de lo que nadie haya analizado jamás-, para concluir, con un nivel de confianza del 99%, que algo de enorme poder destructivo atiza nuestro planeta cada 27 millones de años, una periodicidad que muchos paleobiólogos ya han reconocido anteriormente.

Según los autores, esto es una señal clara y nítida en una enorme longitud de tiempo. La primera idea que se les pasó por la cabeza para explicar esta regularidad es que un objeto oscuro lejano orbita el Sol cada 27 millones de años y que, cuando nos visita, nos envía una lluvia mortal de cometas como tarjeta de presentación.

¿Puede tratarse de Némesis? En 1984, físicos de las universidades de Berkeley y Princeton publicaron en Nature un estudio que sugería que nuestro Sol podía formar parte de un sistema binario. Su acompañante sería Némesis, una estrella apagada o una enana marrón aún no descubierta (llamada así por la diosa griega de la venganza) que cada 26 a 34 millones de años atravesaría la nube de Oort. Al hacerlo, provocaría una terrible tormenta de grandes cometas que explicaría las grandes catástrofes planetarias y las extinciones asociadas.

El autor de la hipótesis, R.A. Muller, llegó a afirmar que si le daban «un millón de dólares, descubro a Némesis». Sin embargo, la idea fue recibida de forma muy desigual por la comunidad científica y hoy en día tiene muchos detractores. Para Melott y Bambuch, la precisión y regularidad de las extinciones masivas demuestra precisamente que Némesis no existe. Según ellos, la órbita de Némesis debería haberse visto infuenciada por los numerosos encuentros que el Sol ha tenido con otras estrellas en los últimos 500 millones de años.
Un enemigo cercano

Estos encuentros habrían causado que la órbita de Némesis variara de una u otra forma. La órbita podría haber cambiado repentinamente de forma que, en vez de mostrar un solo pico en su periodicidad, tuviera dos o más; o la periodicidad podría haber cambiado gradualmente hasta un 20%. Sin embargo, los datos señalan que las extinciones ocurren cada 27 millones de años, tan regular como un reloj, lo que significa, según los autores, que no es culpa de la hipotética Némesis. A su juicio,algo más anda debe ser el responsable y quizás nuestro enemigo esté más cerca de casa de lo que pensamos.

Para los más angustiados por un cataclismo cósmico, los científicos señalan que la última extinción masiva se produjo hace 11 millones de años, así que, si la teoría se cumple, todavía queda bastante tiempo para conocer qué es lo que próximo que se nos viene encima.

ABC



jueves, 12 de enero de 2012

¿Vivimos dentro de un agujero negro?

Científicos se toman muy en serio la inquietante posibilidad de que el Universo esté dentro de un devorador de materia

Es una inquietante posibilidad que, sin embargo, algunos científicos se están tomando muy en serio. La idea de que todo nuestro Universo podría estar dentro de un agujero negro es una conclusión que se basa en una modificación de las ecuaciones de la relatividad general de Einstein, esas que explican, entre otras cosas, lo que sucede en el interior de uno de estos devoradores espaciales de materia.

Un universo puede existir dentro de cada agujero negro

A partir de un detallado análisis del movimiento de las partículas que entran en un agujero negro, Nikodem Poplawski, de la Universidad de Indiana, ha llegado a la conclusión de que, en realidad, existe todo un universo dentro de cada agujero negro. Su teoría acaba de publicarse enPhysics Letters y ha sido recogida por New Scientist.
"Pudiera ser -dice Poplawski- que los grandes agujeros negros que hay en en centro de la Vía Láctea y de otras galaxias sean, en realidad, puentes hacia otros universos". Si la hipótesis se revela correcta, nada nos impide pensar que también el universo en que vivimos se encuentra, en realidad, dentro de un agujero negro.
Según las teorías de Einstein, en el interior de cada agujero negro existe una "singularidad", una región de espacio en la que la densidad de la materia tiende a infinito. La enorme fuerza de gravedad de ese condensado ultradenso de materia es tal, que ni siquiera la luz puede escapar de él. Por eso, para nosotros esos objetos son "negros", porque no emiten luz y no podemos verlos, ni obtener, en teoría, ninguna clase de información procedente de su interior.
Sin embargo, y dado que nunca ha podido comprobarse directamente, la Física no tiene del todo claro lo que es realmente una singularidad. ¿Un simple punto de densidad infinita o una especie de irregularidad matemática? Por desgracia, igual que la materia misma, también todas nuestras ecuaciones se "rompen" cuando intentan explicar lo que sucede dentro de un agujero negro.

La propiedad de la «torsión»

Pero una sutil modificación en las ecuaciones originales de Einstein puede dar unos resultados completamente distintos. Y eso es precisamente lo que ha hecho Poplawski. Para su análisis, el científico se basó en la variante Einstein- Cartan- Kibble- Sciama (más conocida por las iniciales de los cuatro investigadores, ECKS). A diferencia de las ecuaciones de Einstein, el modelo ECKS tiene en cuenta el espín (o momento angular) de las partículas elementales. Lo que permite calcular una propiedad de la geometría del espacio tiempo que los físicos llaman "torsión".
Cuando la densidad de la materia alcanza proporciones enormes dentro de un agujero negro (del orden de 10 elevado a 50 kg por metro cúbico), la torsión se manifiesta como una fuerza que se opone a la gravedad, lo que impide a la materia seguir comprimiéndose indefinidamente en pos de la densidad infinita. Lo que significa, en pocas palabras, que no hay singularidad. En su lugar, asegura Poplawski, la materia "rebota" y empieza de nuevo a expandirse.
Con estas premisas, el científico ha aplicado ahora sus ideas para realizar un modelo del comportamiento del espacio-tiempo dentro de un agujero negro en el instante en que éste empieza a "rebotar". Se podría entender el fenómeno pensando en lo que sucede cuando ejercemos presión sobre un muelle: al soltarlo, rebota con fuerza y vuelve a estirtarse.
De la misma forma, opina Poplawski, al principio la gravedad es más fuerte que la fuerza repulsiva de torsión, y por lo tanto empieza a comprimir la materia; pero la repulsión se va haciendo cada vez más y más fuerte hasta que la materia deja de colapsar y rebota, expandiéndose de nuevo.

En otro universo

Los cálculos del físico muestran que el espacio-tiempo en el interior de un agujero negro se expande cerca de 1,4 veces su tamaño mínimo en apenas 10 elevado a -46 segundos, lo que es una cantidad inimaginablemente corta de tiempo (uno partido por uno y 46 ceros). Y es, según Poplawski, precisamente este rapidísimo rebote lo que dio origen a la expansión del universo que podemos observar en la actualidad.
Pero, ¿cómo podemos saber si efectivamente estamos o no viviendo dentro de un agujero negro? Si Poplawski tuviera razón, ninguno de nosotros estaría viviendo dentro de lo que consideramos "nuestro" universo, sino en el interior de un agujero negro que estáría en "otro" universo diferente. Y para comprobarlo no tenemos más que medir si existe una "dirección preferida" en nuestro propio universo.
Un agujero negro en rotación, en efecto, transmite una parte de su espín al espacio-tiempo que hay en su interior, lo que conlleva una violación de la simetría que une el espacio con el tiempo. Y se da la circunstancia de que, en lo que consideramos como nuestro universo, esa rotura de simetría ha dejado una pista: la forma en que los neutrinos oscilan entre sus formas de materia y de antimateria.
¿Demasiado retorcido? Puede ser, pero desde luego la idea sirve para obtener algunas respuestas que hasta ahora nos estaban vedadas. Sólo el futuro, y nuevas investigaciones, nos dirán si Poplawski tiene, o no, razón.
JOSÉ MANUEL NIEVES





martes, 3 de enero de 2012

La tormenta solar del fin del mundo

El escenario podría ser cualquier gran ciudad de Estados Unidos, China o Europa. La hora, por ejemplo, poco después del anochecer de cualquier día entre mayo y septiembre de 2012. El cielo, de repente, aparece adornado con un gran manto de luces brillantes que oscilan como banderas al viento. Da igual que no estemos cerca del Polo Norte, donde las auroras suelen ser comunes. Podría tratarse perfectamente de Nueva York, Madrid o Pekín. Pasados unos segundos, las bombillas empiezan a parpadear, como si estuvieran a punto de fallar. Después, por un breve instante, brillan con una intensidad inusitada... y se apagan para siempre. En menos de un minuto y medio, toda la ciudad, todo el país, todo el continente, está completamente a oscuras y sin energía eléctrica. Un año después, la situación no ha cambiado. Sigue sin haber suministro y los muertos en las grandes ciudades se cuentan por millones. En todo el planeta está sucediendo lo mismo. ¿El causante del desastre? Una única y gran tormenta espacial, generada a más de 150 millones de kilómetros de distancia, en la superficie del Sol.
Y no es que de repente hayamos decidido alinearnos entre las filas de los catastrofistas que predican el fin del mundo precisamente para 2012. Pero lo descrito arriba es exactamente lo que pasaría si el actual ciclo solar (que acaba de empezar después de más de un año de completa inactividad) fuera sólo la mitad de violento de lo que se espera. Así lo dice, sin tapujos, uninforme extraordinario financiado por la NASA y publicado hace menos de un año por laAcademia Nacional de Ciencias de los Estados Unidos (NAS). Y resulta que, según el citado informe, son precisamente las sociedades occidentales las que, durante las últimas décadas, han sembrado sin quererlo la semilla de su propia destrucción.
«Un posible desastre»Se trata de nuestra actual forma de vida, dependiente en todo y para todo de una tecnología cada vez más sofisticada. Una tecnología que, irónicamente, resulta muy vulnerable a un peligro extraordinario: los enormes chorros de plasma procedentes del Sol. Un plasma capaz de freir en segundos toda nuestra red eléctrica (de la que la tecnología depende), con consecuencias realmente catastróficas. «Nos estamos acercando cada vez más hasta el borde de un posible desastre», asegura Daniel Baker, un experto en clima espacial de la Universidad de Colorado en Boulder y jefe del comité de la NAS que ha elaborado el informe.
Según Baker, es difícil concebir que el Sol pueda enviar hasta la Tierra la energía necesaria para provocar este desastre. Difícil, pero no imposible. La superficie misma de nuestra estrella es una gran masa de plasma en movimiento, cargada con partículas de alta energía. Algunas de estas partículas escapan de la ardiente superficie para viajar a través del espacio en forma de viento solar. Y de vez en cuando ese mismo viento se encarga de impulsar enormes globos de miles de millones de toneladas de plasma ardiente, enormes bolas de fuego que conocemos por el nombre de eyecciones de masa coronal. Si una de ellas alcanzara el campo magnético de la Tierra, las consecuencias serían catastróficas.
Nuestras redes eléctricas no están diseñadas para resistir esta clase de súbitas embestidas energéticas. Y que a nadie le quepa duda de que esas embestidas se producen con cierta regularidad. Desde que somos capaces de realizar medidas, la peor tormenta solar de todos los tiempos se produjo el 2 de septiembre de 1859. Conocida como «El evento Carrington», por el astrónomo británico que lo midió, causó el colapso de las mayores redes mundiales de telégrafos (imagen bajo estas líneas). En aquella época, la energía eléctrica apenas si empezaba a utilizarse, por lo que los efectos de la tormenta casi no afectaron a la vida de los ciudadanos. Pero resultan inimaginables los daños que podrían producirse en nuestra forma de vida si un hecho así sucediera en la actualidad. De hecho, y según el análisis de la NAS, millones de personas en todo el mundo no lograrían sobrevivir.
El informe subraya la existencia de dos grandes problemas de fondo: El primero es que las modernas redes eléctricas, diseñadas para operar a voltajes muy altos sobre áreas geográficas muy extensas, resultan especialmente vulnerables a esta clase de tormentas procedentes del Sol. El segundo problema es la interdependencia de estas centrales con los sistemas básicos que garantizan nuestras vidas, como suministro de agua, tratamiento de aguas residuales, transporte de alimentos y mercancías, mercados financieros, red de telecomunicaciones... Muchos aspectos cruciales de nuestra existencia dependen de que no falle el suministro de energía eléctrica.
Ni agua ni transporteIrónicamente, y justo al revés de lo que sucede con la mayor parte de los desastres naturales, éste afectaría mucho más a las sociedades más ricas y tecnológicas, y mucho menos a las que se encuentran en vías de desarrollo. Según el informe de la Academia Nacional de Ciencias norteamericana, una tormenta solar parecida a la de 1859 dejaría fuera de combate, sólo en Estados Unidos, a cerca de 300 de los mayores transformadores eléctricos del país en un periodo de tiempo de apenas 90 segundos. Lo cual supondría dejar de golpe sin energía a más de 130 millones de ciudadanos norteamericanos.
Lo primero que escasearía sería el agua potable. Las personas que vivieran en un apartamento alto serían las primeras en quedarse sin agua, ya que no funcionarían las bombas encargadas de impulsarla a los pisos superiores de los edificios. Todos los demás tardarían un día en quedarse sin agua, ya que sin electricidad, una vez se consumiera la de las tuberías, sería imposible bombearla desde pantanos y depósitos. También dejaría de haber transporte eléctrico. Ni trenes, ni metro, lo que dejaría inmovilizadas a millones de personas, y estrangularía una de las principales vías de suministro de alimentos y mercancías a las grandes ciudades.
Los grandes hospitales, con sus generadores, podrían seguir dando servicio durante cerca de 72 horas. Después de eso, adiós a la medicina moderna. Y la situación, además, no mejoraría durante meses, quizás años enteros, ya que los transformadores quemados no pueden ser reparados, sólo sustituidos por otros nuevos. Y el número de transformadores de reserva es muy limitado, así como los equipos especializados que se encargan de instalarlos, una tarea que lleva cerca de una semana de trabajo intensivo. Una vez agotados, habría que fabricar todos los demás, y el actual proceso de fabricación de un transformador eléctrico dura casi un año completo...
El informe calcula que lo mismo sucedería con los oleoductos de gas natural y combustible, que necesitan energía eléctrica para funcionar. Y en cuanto a las centrales de carbón, quemarían sus reservas de combustible en menos de treinta días. Unas reservas que, al estar paralizado el transporte por la falta de combustible, no podrían ser sustituidas. Y tampoco las centrales nucleares serían una solución, ya que están programadas para desconectarse automáticamente en cuanto se produzca una avería importante el las redes eléctricas y no volver a funcionar hasta que la electricidad se restablezca.
Sin calefacción ni refrigeración, la gente empezaría a morir en cuestión de días. Entre las primeras víctimas, todas aquellas personas cuya vida dependa de un tratamiento médico o del suministro regular de sustancias como la insulina. «Si un evento Carrington sucediera ahora mismo -asegura Paul Kintner, un físico del plasma de la Universidad de Cornell, de Nueva York- sus efectos serían diez veces peores que los del huracán Katrina». En realidad, sin embargo, la estimación de este físico se queda muy corta. El informe de la NAS cifra los costes de un evento Carrington en dos billones de dólares sólo durante el primer año (el impacto del Katrina se estimó entre 81 y 125 mil millones de dólares), y considera que el periodo de recuperación oscilaría entre los cuatro y los diez años.
Por supuesto, el informe no se limita a describir escenarios de pesadilla sólo en los Estados Unidos. Tampoco Europa, o China, se librarían de las desastrosas consecuencias de una tormenta geomagnética de gran intensidad.
Tomar precaucionesLa buena noticia, reza el informe, es que si se dispusiera del tiempo suficiente, las compañías eléctricas podrían tomar precauciones, como ajustar voltajes y cargas en las redes, o restringir las transferencias de energía para evitar fallos en cascada. Pero, ¿Tenemos un sistema de alertas que nos avise a tiempo? Los expertos de la NAS opinan que no. Actualmente, las mejores indicaciones de una tormenta solar en camino proceden del satélite ACE (Advanced Composition Explorer). La nave, lanzada en 1997, sigue una órbita solar que la mantiene siempre entre el Sol y la Tierra. Lo que significa que puede enviar (y envía) continuamente datos sobre la dirección y la velocidad de los vientos solares y otras emisiones de partículas cargadas que tengan como objetivo nuestro planeta.
ACE, pues, podría avisarnos de la inminente llegada de un chorro de plasma como el de 1859 con un adelanto de entre 15 y 45 minutos. Y en teoría, 15 minutos es el tiempo que necesita una compañía eléctrica para prepararse ante una situación de emergencia. Sin embargo, el estudio de los datos obtenidos durante el evento Carrington muetran que la eyección de masa coronal de 1859 tardó bastante menos de 15 minutos en recorrer la distancia que hay desde el ACE hasta la Tierra. Por no contar, además, que ACE tiene ya once años y que sigue trabajando a pesar de haber superado el periodo de actividad para el que había sido diseñado. Algo que se nota en el funcionamiento, a veces defectuoso, de algunos de sus sensores, que se saturarían sin remedio ante un evento de esas proporciones. Y lo peor es que no existen planes para reemplazarlo.
Para Daniel Baker, que formó parte de una comisión que hace ya tres años alertó de los problemas de este satélite, «no tener una estrategia para sustituirlo cuando deje de funcionar es una completa locura». De hecho, otros satélites de observación solar, como SOHO, no pueden proporcionarnos alertas tan inmediatas ni tan fiables como las de ACE. Para Baker y los demás investigadores que han elaborado el informe, el mundo probablemente no hará nada para prevenirnos de los efectos de una tormenta solar devastadora hasta que ésta, efectivamente, suceda.
Algo que, según el informe, podría ocurrir mucho antes de lo que nadie imagina. La «tormenta solar perfecta», de hecho, podría tener lugar durante la primavera o el otoño de un año con alta actividad solar (como lo será 2012). Y es precisamente en esos periodos, cerca de los equinoccios, cuando serían más dañinas para nosotros, ya que es entonces cuando la orientación del campo magnético terrestre (el escudo que nos proteje de los vientos solares), es más vulnerable a los bombardeos de plasma solar.
JOSÉ MANUEL NIEVES