domingo, 23 de enero de 2011

¿Es probable el contacto con extraterrestres en un futuro cercano?

Existe un principio científico y filosófico llamado “principio de mediocridad” que afirma que nada de lo que conocemos acerca de nosotros mismos  como seres vivos o como seres inteligentes, o de nuestro planeta, o de nuestra estrella, o de nuestra galaxia, es un caso especial y único en el cosmos. Según ese principio la vida en el planeta Tierra no sería un caso especial y único, y la presencia de una especie inteligente y tecnológica tampoco.
Existe otro principio que entra en la misma categoría, llamado principio de la “navaja de Ockham” o principio de economía o de parsimonia, según el cual, no ha de presumirse la existencia de más cosas que las absolutamente necesarias.
En ausencia de datos fiables, los científicos usan este tipo de principios para intentar acertar con la verdad de aquello que no solo no conocen, sino que queda aún muy lejos de ser conocido, pero siempre desde una postura abierta, nada dogmática, y cautelosa.
No tenemos datos fiables sobre señales de origen extraterrestre, aunque existe el registro de una recepción de origen extraterrestre muy significativa, fue la señal WOW recibida el 15 de agosto de 1977 a las 23.16, el radiotelescopio Big Ear. Esta señal encaja a la perfección con lo que se esperaba fuera una señal de origen extraterrestre de origen no natural, pero no pudo ser confirmada por otros radiotelescopios ni en posteriores ocasiones. La ciencia es muy cautelosa y un dato aislado tiene escaso valor.
SETI es el acrónimo del inglés Search for ExtraTerrestrial Intelligence, o Búsqueda de Inteligencia Extraterrestre. Existen numerosos proyectos SETI, que tratan de encontrar vida extraterrestre inteligente,uno de ellos es SETI@home que se sirve de la capacidad de cálculo distribuido desde simples ordenadores domésticos, pertenecientes a una gran cantidad de voluntarios que ceden parte de tiempo de CPU de sus ordenadores. La señal más interesante localizada por SETI@home”, en opinión de Dan Werthimer, radio astrónomo de la Universidad de California en Berkeley (UCB) y director de proyectos para SETI@home, es la denominada SHGb02+14a, la señal utiliza una frecuencia alrededor de los 1420 MHz. Esta es precisamente una de las principales frecuencias en las cuales el hidrógeno absorbe y emite energía, siendo el hidrógeno el elemento más común en el universo. Esa sería según algunos astrónomos la frecuencia idónea usada por los posibles extraterrestres que tratasen de demostrar su presencia, y esa es la frecuencia en la que los investigadores convencionales de SETI utilizan. La señal  SHGb02+14a parece provenir de un punto entre las constelaciones de Piscis y Aries, donde no hay un sistema planetario o estrella notoria en una distancia de 1000 años luz. La transmisión es muy débil.Korpela cree poco probable que SHGb02+14a sea el resultado de radio interferencia o ruido porque no lleva la firma o señal de ningún objeto astronómico conocido. A pesar de ser la señal más interesante, tampoco es tan interesante como para echar cohetes.
Seth Shostak, uno de los científicos más veteranos del famoso instituto SETI, y que escudriña el cosmos con el fin de detectar algún tipo de señal alienígena, afirma que: “Los alienígenas no invadirán la Tierra, porque no saben que existe”
Si E.T. llamara, él sería quien cogiera el teléfono. Seth Shostak –uno de los científicos más veteranos del famoso instituto SETI– escudriña el cosmos con el fin de detectar algún tipo de señal alienígena. Curioso, escéptico y entusiasta de su trabajo, se considera un explorador, “como aquellos españoles que en el siglo XV quisieron ver más allá del horizonte”.

entrevista335Estamos quizás ante la persona más idónea para sentarse a debatir sobre uno de los grandes enigmas de la ciencia: ¿Estamos solos en el universo? Seth Shostak, el miembro más carismático del instituto SETI –siglas de Search for Extraterrestrial Intelligence–, admite que su obsesión por la búsqueda de vida extraterrestre le viene de la infancia. A sus 65 años de edad, ha superado con creces su meta profesional y sólo espera a que algún día se materialice su sueño.

Tras estudiar en la Universidad de Princeton, en Nueva Jersey, y el Instituto Tecnológico de California (Caltech), combina su labor como radioastrónomo con la de asesor científico en películas como Contact o la recién estrenada Ultimátum a la Tierra. “Sí, tuve que irme a Canadá para ayudar a filmar una escena con Keanu Reeves y John Cleese”, explica con naturalidad. “A veces, el cine potencia la idea de que necesitamos a los extraterrestres, bien cuando vienen a la Tierra, como es el caso de esta película; bien en el espacio, como en Star Trek. Aunque siempre son más atractivos si representan una amenaza directa. Que alguien invada tu país resulta mucho más interesante que si las cosas ocurren lejos de aquí. En cualquier caso, desde el punto de vista científico, es improbable que suceda algo así. Las leyes de la física nos hacen toparnos con un problema tecnológico: para viajar entre las estrellas se necesita una enorme cantidad de energía”.

Además, existe otra razón de peso. Shostak se pone en la piel de los extraterrestres y se pregunta por qué razón vendrían a visitarnos. “No tendría mucho sentido que llegaran hasta aquí, ya que no saben que existimos. Desde su punto de vista, el nuestro es un planeta tan lejano que no pueden sospechar que contiene vida inteligente. La ciencia y la ciencia ficción coinciden en algo: es poco probable que vengan a la Tierra para inmiscuirse en nuestra política”. Así que los amigos de E.T. no van a hacernos una visita, ¿pero están ahí? “No hemos encontrado aún ningún tipo de vida fuera de la Tierra, ni siquiera microbiana”, admite este astrónomo. La sospecha de su existencia es indirecta, extraída de las matemáticas. “Ya hemos encontrado más de 300 planetas que orbitan alrededor de otras estrellas distintas al Sol, aunque esta cantidad no es lo más interesante. Lo que importa es que los astrónomos creen que la mayoría de las estrellas tienen planetas a su alrededor. En la Vía Láctea hay cientos de miles de millones de estrellas; por tanto, podría contener del orden de un billón de planetas”.

Con estas cifras, los cálculos resultan más alentadores. Aunque la mayor parte de ese billón de planetas sea inhabitable, con que uno de cada millón ofreciera las condiciones adecuadas ya “habría muchos mundos favorables para el desarrollo de la vida, a menos que esta sea una especie de milagro”, nos dice Shostak. De acuerdo. Y no sólo hablamos de vida, sino de inteligencia. Imaginemos que dentro de 15 años una nave de la NASA aterriza en Marte y encuentra fósiles de bacterias. ¿Cual sería la trascendencia del hallazgo? “Demostraría que la vida es algo común en el universo. Habríamos encontrado otro planeta habitado además de la Tierra”. Pero, si bien podemos pensar en muchos mundos capaces de albergar alguna estructura biológica, probablemente la mayoría de ellos no produciría “vida más inteligente que la de un trilobites o un dinosaurio”. A pesar de ello, “encontrar un fósil marciano sería alucinante”, asegura Shostak.

La ciencia que busca señales extraterrestres inteligentes también tiene detractores. Por ejemplo, el escritor de ciencia ficción Michael Crichton, fallecido en noviembre de 2008, solía criticarla por ser poco convincente y demasiado especulativa. Su argumento –realmente bueno– era que no conocemos ni uno solo de los factores que determinan el número de posibles civilizaciones con seres inteligentes capaces de comunicarse. Podría variar entre un billón y cero; sólo tenemos suposiciones. ¿Qué ciencia podemos hacer con esto?

“En 2003, Crichton dio una conferencia en el Caltech en la que afirmaba que la búsqueda de vida extraterrestre es una religión”, dice Shostak entre risas. “Si es así, ¡entonces me estoy convirtiendo en un sacerdote! No creo que sea una religión; se trata de exploración. Es lo que impulsó a los españoles en el siglo XV a ver qué había más allá del horizonte. Aquí nos encontramos en la misma situación; no sabemos si afuera hay vida inteligente o estúpida. Lo único que podemos hacer es construir instrumentos y experimentar para ver si tenemos alguna oportunidad de resolver estas cuestiones”.

Nos movemos en el terreno de las especulaciones, y las preguntas se agolpan. Shostak propone un ejercicio mental. “Si tenemos un millón de mundos en los que hay vida y dejamos que evolucionen durante miles de millones de años, ¿en cuántos de ellos surgirá alguna forma de inteligencia? No lo sabemos. Si los dinosaurios no hubieran sido barridos por un meteorito, quizá se habrían vuelto inteligentes y nosotros no estaríamos aquí sentados. Algunos simios, como los chimpancés, y otros animales –delfines, ballenas, algunas aves y pulpos– son bastante listos. En los últimos 50 millones de años varias especies han desarrollado su inteligencia, lo que sugiere que existen presiones evolutivas para que eso ocurra. Quizá la inteligencia no sea un accidente y aparezca normalmente allá donde haya vida. Pero hasta que no encontremos evidencias de su existencia, podemos seguir charlando tranquilamente”.

En el caso de una inteligencia superior, ¿qué tipo de señal indicaría que procede de una civilización extraterrestre? El SETI se dedica a buscar señales ópticas con varios telescopios; uno se encuentra en el propio instituto, en Mountain View (California), la ciudad donde reside Shostak. Las universidades de California en Berkeley y de Harvard tienen sus propios instrumentos que rastrean los cielos en busca de señales luminosas. Sin embargo, la vía de comunicación más sencilla es por ondas de radio. Desde el punto de vista energético, constituye la manera más económica de enviar bits de información entre estrellas. La radioseñal “quizá no sea la única forma de comunicarse, pero sí una de las más sencillas. Con sólo un transmisor puedes emitir un mensaje a otros mundos desde un garaje”.

En la película Contact, Jodie Foster ve cumplido el sueño de toda una vida: recoger una señal inteligente. Si se lograra algo así en la realidad, ¿cómo se descifraría la información que transporta? Aquí los mitos saltan en pedazos. Los mensajes pueden ser muy complejos si llevan imágenes, textos o sonidos, y los radiotelescopios están diseñados para recibir sólo una señal. “Necesitaríamos una antena mucho más grande”, explica el astrónomo. En primer lugar, habría que aislar esta señal del ruido de fondo. Shostak confía en que los gobiernos del mundo financien la creación de un instrumento lo suficientemente sensible como para captar un mensaje. Desde luego, valdría la pena. En 1977, el radiotelescopio Big Ear de Ohio detectó una señal muy intensa. El aparato estaba fijo y escaneaba el firmamento gracias al movimiento de rotación de la Tierra. La señal –que procedía de una parte del cielo donde se ubica la constelación de Sagitario– duró 72 segundos y tuvo un pico de intensidad en el punto medio del barrido para después decrecer y desaparecer. Su frecuencia se correspondía con la de la emisión electromagnética del hidrógeno. El astrónomo Jerry Ehman, que participaba en el proyecto, soltó un sonoro ¡Wow! cuando comprobó los parámetros técnicos de la onda que, a partir de entonces, quedó bautizada con esa interjección inglesa: Wow!

Tras aquel increíble momento de excitación, todos los intentos de detectar de nuevo la señal han sido infructuosos. El radiotelescopio de 26 metros en Hobart (Tasmania, Australia) realizó seis observaciones de catorce horas de duración cada una sobre la misma región celeste, pero Wow! no apareció; tan sólo se captaron señales que tenían apenas el 5% de su potencia. Después de muchos años, Ehman ha concluido que la recepción de esa onda pudo deberse a una emisión de la Tierra que rebotó en un pedazo de basura espacial y dio un buen sobresalto a los cazadores de mensajes extraterrestres. Como explica Shostak, Wow! fue una señal en banda estrecha, con las características de una onda emitida por un transmisor. Eso es lo que buscamos, algo proveniente de una fuente artificial, y no de la naturaleza, que es capaz de producir muchas señales. El gas frío entre las estrellas emite sus propias ondas de radio. Los gases calientes, los pulsares, los cuásares y el Sol son grandes radioemisores. Pero sus señales no son como las que captura un receptor de televisión, que están restringidas a una parte del espectro. Si encontrásemos algo así, sabríamos que no es obra de la naturaleza”. Wow! hizo mucho ruido mediático, pero no pudo ser verificada, y este es un requisito sustancial para tomarla en serio. “No sería científico afirmar que fue una señal extraterrestre”, advierte este experto.

En este momento, el SETI colabora con la Universidad de California en Berkeley para construir el Allen Telescope Array (ATA) –matriz de telescopios Allen–, un conjunto de 350 radioantenas en el Radio Observatorio de Hat Creek, a unos 466 kilómetros al noreste de San Francisco. ATA es el sueño de los cazadores de alienígenas. Con un coste de 50 millones de dólares, donados en gran parte por el cofundador de Microsoft, Paul Allen, la red se dedicará íntegramente a captar señales artificiales 24 horas al día, siete días a la semana, 365 días al año. “Va a acelerar mucho nuestra búsqueda porque los instrumentos están específicamente diseñados con este propósito y podemos usarlos cuando queramos”.

Esta red cambiaría muchas cosas. Los radiotelescopios jamás han observado ininterrumpidamente el cielo en busca de señales extraterrestres, lo que significa que hasta ahora los astrónomos han estado jugando a la lotería galáctica con sólo un par de números. Así la posibilidad de que toque el gordo es prácticamente infinitesimal. La directora del SETI, Jill Tarter –en cuyo personaje se basó Carl Sagan para construir el personaje de la doctora Arroway, interpretado por Jodie Foster–, lo explica de otra manera en un vídeo. Estamos en una playa y queremos pescar. Cogemos un vaso vacío, lo llenamos con el agua que baña nuestros pies y observamos que dentro no hay ningún pez. Si hacemos el experimento mil veces, lo más probable es que nunca tengamos éxito.

Aunque nuestra galaxia es un vasto océano –sólo se han explorado unos mil sistemas estelares–, la matriz Allen permitirá a los investigadores bucear un poco en sus aguas. En otras palabras, les dotará de muchos más números para jugar a una lotería de dimensiones cósmicas. “Normalmente, lo que hacemos en nuestra búsqueda –dice Shostak– es escudriñar las estrellas cercanas, donde creemos que será más fácil detectar una señal. Pero hay otros sitios donde husmear. Por ejemplo, el centro de la Vía Láctea. Quizá allí haya civilizaciones avanzadas”.

¿Y qué hará el científico si llega el gran momento? Podemos imaginarle saltando de la silla del observatorio y gritando como un loco. Nada de eso. “Hemos tenido falsas alarmas, así que ya sabemos lo que pasaría. Constantemente estamos detectando señales y tan pronto como obtuviéramos una interesante, todo el mundo empezaría a enviarse e-mails. Tendrían que pasar días, quizá una semana, para comprobar que la señal procede del mundo extraterrestre y no se trata de otra interferencia. La prensa empezaría a llamar enseguida, ya que no guardamos secretos. Así que, si encontramos esa señal, no te preocupes; lo leerás en los periódicos”, concluye este cazaextraterrestres.









lunes, 17 de enero de 2011

¿De qué está hecho el Universo?

En los últimos 30 años hemos explorado de nuestro cosmos, una distancia de 10.000 millones de años luz (un año luz es el trayecto que recorre la luz cada año, 9,45 billones de Km). Debemos tener en cuenta que debido a la inmensidad del universo se adoptó ese parámetro para mediciones astronómicas.

¿Pero cómo se hace para explorar el universo?. Para ello los telescopios espaciales fueron de muchísima utilidad. Con las imágenes obtenidas se ha logrado bosquejar un mapa del “universo conocido”. Pero nuestra pregunta aún flota en el aire.

Conocemos los 92 elementos de la “tabla periódica” y hasta hace unos siglos se creían que las combinaciones de esos átomos era todo lo existente. Cabe recordar que los átomos que nos componen no pueden ser creados ni destruidos, es decir que siempre han existido combinándose para formar las moléculas de todo lo animado y lo inanimado, seres vivos o simples rocas.
¿Y cual es la más compleja que conocemos?: el ser humano.

Desde el Big Bang o Gran Explosión, teoría más aceptada en la actualidad, los elementos mencionados en esa “tabla” (helio, oxígeno, hidrógeno, etc.) junto con una fuerza llamada gravedad han conformado los cuerpos celestes: estrellas, planetas, asteroides, cometas, nebulosas. Si hubo una explosión, hubo una expansión, de allí que los cosmólogos y los astrónomos se interesaron en saber si esa expansión seguía existiendo. La respuesta fue simple. Observando galaxias cercanas y comparándolas con galaxias alejadas de nuestra casa, La Tierra, con un prisma especial que estudia las longitudes de ondas de la luz, se estableció una escala de medición cósmica, y con ésta se verificó que aquella expansión continuaba, pero un nuevo interrogante surgió de inmediato: esa expansión del universo ¿se aceleraba o se desaceleraba?

Para responder esta nueva incógnita, debemos mencionar a unos de los genios de la humanidad: Albert Eistein y su teoría de la relatividad. Simplificaremos notablemente los conceptos para no alejarnos de nuestro tema. Dejemos la ecuación archí conocida e=m.c² donde E indica energía, m: masa y C la velocidad de la luz en suspenso por unos momentos.

Según Eistein el tiempo y el espacio conforman una gran tela que logra moldearse con la fuerza gravitatoria, y cuanto mayor masa posea un cuerpo celeste, mayor será la fuerza gravitatoria que genera. Retornando a la fórmula que dejamos en suspenso, hablar de masa es igual que hablar de energía, pues C es una constante. De esto podemos deducir que es igualmente cierto que a mayor energía se genera mayor fuerza gravitatoria. Ésta última deducción es de vital importancia recordar.

Los cosmólogos dedujeron viendo el material que compone nuestro universo (cuanto más material o masa, mayor gravedad) que las estrellas que orbitan las extremidades del cosmos debían haberse disgregado, pues la masa existente (léase de igual modo gravedad) no alcanzaría para mantenerlas unidas, como así tampoco a todos los demás cuerpos celestes (cuásares, nebulosas, agujeros negros, planetas, asteroides), entonces ¿quién los mantenía unidos?: ALGO que denominaron materia oscura. Con una lente gravitacional se descubrió y  se ha hecho un mapa distributivo de esa materia oscura. Un lente gravitacional es como un vidrio que distorsiona cualquier partícula conocida o no que lo atraviesa, es un modo indirecto de “mirar” esa materia. ¿Se ha podido capturar una partícula de esa materia oscura para estudiarla? La respuesta vuelve a ser contundente: NO.

Las partículas de materia oscura no están compuestas por elementos conocidos y no interactúa con las partículas de materia cósmica conocida, electrones, protones, neutrones; sin embargo al saber que existen ya se las ha denominado, por ejemplo un “Wimp” es una partícula de materia oscura. Esta materia fue observada desde el año 1920 y era llamada materia desconocida y en rigor de verdad se dejó de lado su estudio. La denominación fue algo arbitraria, como no la vemos y cualquier método para atraparlas hasta el momento resultó inútil, porque todo lo atraviesan, son casi metafísicas. Lo que sí se sabe es que existe y que es una importantísima aliada de la gravedad. En estos momentos en que estás leyendo todo el universo incluyéndote está siendo atravesado por esa materia. Sin la materia oscura no se hubiese formado ningún cuerpo celeste y por ende no existiríamos. Una pregunta perdura, ¿la expansión del universo, se acelera o se desacelera?

A fines del siglo XX, los científicos suponían en general que el universo se estaría desacelerando muy paulatinamente, sin embargo estudiando el espectro de luz de las supernovas más lejanas, aquellas situadas a 10.000 años luz y leyendo su longitud de ondas obtuvieron cálculos asombrosos:
El universo no sólo continúa en expansión sino que ésta se acelera. Conclusión, debe haber una energía que actúe para que ello ocurra.

Como no se la conoce se la denominó energía oscura. La energía oscura es una propiedad del espacio, sería la energía de la “nada” o del “vacío”.

Haremos una comparación para que el lector pueda imaginarse cómo un universo podría expandirse en esa tela espacio temporal que lo conforma. Imaginen un salón, el piso sería el espacio temporal, las sillas alineadas en fila serían los cuerpos celestes; éstos están fijos pero una energía estira el piso y las sillas se van alejando unas de otras, la materia oscura mantiene la cohesión de esas sillas pero la energía oscura estira el piso acelerando la expansión.

La energía oscura rige la aceleración del universo. Como dato curioso diremos que Albert Eistein había descubierto esa energía oscura, pero la desechó como “una metida de pata” por contradecir conceptos como el que todos pensaban de que el universo se expandía pero desacelerándose. La denominada “constante cosmológica de Eistein” que mantendría una estabilidad en el cosmos entre las fuerzas gravitatorias y de repulsión, resultó ser hoy la energía oscura.

En resumen sabemos que el Universo está constituido de 4% de materia conocida (átomos), 21% de materia oscura y 75% de energía oscura.

por Gabriel Moschitta 

domingo, 9 de enero de 2011

Buscando la "Nueva Tierra"

«Estamos a punto de descubrir muchos mundos como el nuestro», dijo hace apenas unos meses James F. Kasting, geólogo, experto en atmósferas y habitabilidad planetarias y una de las voces más autorizadas a la hora de decir cuáles son las condiciones que debe reunir un mundo lejano para que resulte habitable por el hombre. Entre otros especialistas, Kasting, profesor de la Universidad de Pensilvania, se encuentra estos días en Barcelona para participar en el Congreso «Pathway towards Habitable Planets» (El camino hacia los Planetas Habitables), que hasta el día 18 reunirá a los principales expertos sobre el tema en Cosmocaixa.
Este congreso, aseguran los organizadores, servirá para definir el camino a seguir para descubrir y caracterizar los primeros planetas extrasolares en condiciones de ser habitados por nuestra especie. Pero no sólo eso. Se trata también de hallar, por fin, formas de vida fuera de nuestro Sistema Solar. Un hito que, según la mayor parte de los científicos, podría hacerse realidad en el transcurso de las dos próximas décadas.
«¿Le gustaría quedarse dormido y despertar dentro de, digamos, 200 años?», le pregunté entonces a Kasting. «Seguro que entonces tendremos gran parte de las respuestas -respondió él-. Pero me conformaría con dormirme 20 años. En ese tiempo creo que tendermos ya respuestas importantes. Estamos a punto de localizar no uno, sino muchos planetas parecidos a la Tierra. Y mi objetivo es mantenerme vivo el tiempo suficiente para verlo».
La búsqueda de exoplanetas es una de las últimas revoluciones de la astronomía y, a la vez, la realización de un sueño que hasta hace poco más de una década parecía inalcanzable. Una vez más, es la tecnología que está a disposición de los estudiosos del cielo (junto a enormes dosis de imaginación e ingenio) la que 
está consiguiendo convertir en realidad lo aparentemente imposible.
Hoy, en 
efecto, hemos conseguido «ver» lo que sucede alrededor de otros soles, estudiar decenas de sistemas planetarios en plena formación y observar cientos de mundos individuales alrededor de estrellas lejanas. Desde el año 1993, unos 350 planetas externos al Sistema Solar han sido localizados, estudiados y clasificados por los astrónomos. El más cercano a nosotros, Epsilon Eridani, gira alrededor de la estrella del mismo nombre, a una distancia de 10,4 años luz. El más lejano, OGLE-TR-56b, está bastante más 
lejos, a 17.000 años luz de la Tierra. 

Todo comenzó en 1993, cuando el astrónomo polaco Alexander Wolszczan anunció el descubrimiento de tres grandes objetos en órbita del pulsar PSR 1257+12. Un pulsar es lo que queda de una estrella después de que explote en forma de supernova, un denso núcleo de neutrones que gira a gran velocidad y que 
emite, de ahí su nombre, «pulsos» electromagnéticos a intervalos regulares. Como auténticos «faros espaciales», estos objetos fascinan a los científicos desde hace décadas.
Para Wolszczan, los cuerpos que descubrió alrededor de 
PSR 1257+12 también podían atribuirse a la explosión estelar que originó el pulsar. Por supuesto, no se trataba de planetas como el nuestro, sino de 
objetos de grandes dimensiones, de tamaños comparables al de estrellas 
pequeñas, formados, además, durante un episodio catastrófico y girando alrededor de una estrella moribunda. Un primer paso para la ciencia, pero 
que no tenía nada que ver con un sistema planetario como el nuestro. La carrera, sin embargo, había empezado y ya no volvería a detenerse.
En busca de una nueva Tierra
51 Pgasi b
El primer planeta descubierto alrededor de una estrella del tipo de nuestro Sol fue anunciado el 6 de octubre de 1995 por los astrónomos suizos Michel Mayor y Didier Queloz. Se trataba de un gigante gaseoso, cientos de veces 
mayor que Júpiter, localizado en una órbita muy cercana a 51 Pegasi, una estrella que está a 47,9 años luz de distancia de la Tierra. El planeta fue bautizado como 51 Pegasi b.
Al mismo tiempo, otro equipo científico, esta vez norteamericano, trabajaba febrilmente en su propio descubrimiento planetario, pero no logró adelantarse al grupo suizo. Liderado por Geoffrey Marcy, de la Universidad de California, el equipo anunció dos nuevos planetas extrasolares apenas unos meses después de que lo hicieran Mayor y Didier.
Nuevos mundosLos nuevos descubrimientos no se hicieron esperar. A un ritmo cada vez mayor, astrónomos de todo el mundo empezaron a buscar, y a encontrar, nuevos mundos alrededor de estrellas lejanas. La resolución de los instrumentos y la puesta a punto de nuevas técnicas de detección ha ido permitiendo, además, ir afinando la búsqueda y localizar planetas cada vez más parecidos, en cuanto a características físicas, a nuestro propio hogar en el espacio.
En busca de una nueva Tierra
Gliese 876 d
Sin embargo, hubo que esperar hasta junio de 2005 para que los científicos anunciaran el primer «planeta terrestre», es decir, sólido y no gaseoso, fuera del Sistema Solar. Se trata de Gliese 876 d, recuerda a Neptuno, es unas ocho veces mayor que la Tierra y es el tercer mundo que se descubre alrededor de la estrella Gliese 876, una enana roja (más pequeña y fría que el Sol) que se encuentra en la constelación de Acuario, a 15 años luz de distancia. Los otros dos planetas de este sistema (Gliese 876 b y Gliese 876 c) están más lejos de la estrella y son gigantes gaseosos.
Para quien se esté preguntando cómo es posible «observar» planetas que se encuentran a distancias tan enormes, aclararemos que no se trata de observaciones directas, como las que podemos hacer de Marte o la Luna. Para que un telescopio pudiera «ver» directamente un mundo más allá del Sistema Solar, su espejo principal debería ser enormemente grande, mayor incluso de cien metros, lo cual resulta imposible de conseguir con la tecnología actual.

Nuevas técnicasPero existen otras formas de darse cuenta de la presencia de estos ansiados mundos exteriores. Una de ellas, gracias a la cual se realizaron los primeros hallazgos, se basa en la mutua atracción que dos cuerpos ejercen uno sobre otro. Cuerpos que, en este caso, serían el planeta que se quiere ver y la estrella alrededor de la cual gira.
Los primeros «cazadores de planetas» midieron, en efecto, las pequeñas perturbaciones gravitatorias sufridas por las estrellas que poseen planetas gigantes. Los cálculos permiten saber, a partir de dichas perturbaciones, el tamaño del planeta en cuestión y su posición en relación a la estrella a cuyo sistema pertenece. El método, sin embargo, aunque efectivo, sólo es capaz de identificar a los mundos más grandes. Jamás se podría encontrar así un planeta como la Tierra.

Más reciente y sofisticado es el método que consiste en medir la luminosidad de las estrellas, que disminuye cuando un planeta «cruza» por delante y se sitúa entre esas estrellas y nuestra propia posición. Es precisamente la técnica utilizada por el satélite europeo «Corot», lanzado por la ESA para detectar mundos lejanos.

Estos «tránsitos planetarios» permiten, si son lo suficientemente precisos, determinar la masa de los planetas a base de la disminución del brillo de sus estrellas cuando pasan por delante de ellas. Pero tampoco se podría encontrar así un mundo como el nuestro. Se ha calculado que un planeta del tamaño de 
Júpiter, el gigante de nuestro Sistema Solar, sólo provocaría una 
disminución de un uno por ciento del brillo de una estrella similar al Sol.
En busca de una nueva Tierra
HD 209458 b
Un hogar en el espacioHasta ahora, el primer paso hacia la búsqueda de planetas como el que nosotros habitamos fue dado a principios de 2006, cuando un consorcio internacional de astrónomos anunció el descubrimiento de un mundo helado, mucho más 
pequeño que Neptuno, localizado en la región central de nuestra galaxia. En febrero de 2007 se consiguió por primera vez determinar la composición atmosférica de un exoplaneta. Se trataba del gigante HD 209458b, un mundo a 150 años luz de la Tierra (arriba) y más de 200 veces mayor que ella. El vídeo introductorio muestra una reconstrucción de estelejano mundo.
Poco después, en abril de ese mismo año, un equipo de astrónomos de Suiza, Francia y Portugal anunciaba el descubrimiento del primer planeta extrasolar que podría, por lo menos hipotéticamente, ser habitado por el hombre. Se trataba de un mundo rocoso, apenas un 50% mayor que la Tierra, a unos 150 años luz de distancia y situado en la «zona de habitabilidad» de su estrella, la ya bien conocida enana roja Gliese 581. El planeta, además, tenía (y tiene) todo lo necesario para poseer agua líquida, una de las condiciones consideradas imprescindibles para la vida. Su reconstrucción puede apreciarse en el vídeo sobre estas líneas.
Otro importante hito se consiguió el pasado mes de marzo, cuando el Hubble logró, por primera vez en la historia, captar vapor de agua y moléculas orgánicas (metano) en la atmósfera de un planeta extrasolar. El hallazgo se produjo en HD 189733b otro viejo conocido de los astrónomos. A 63 años luz de la Tierra, en la constelación Vulpécula, este planeta extrasolar de tamaño parecido a Júpiter fue descubierto por un grupo de investigadores franceses el 6 de octubre de 2005. Y desde entonces ni ellos ni cientos de colegas de todo el mundo han dejado de observarlo con cuidada atención.
En busca de una nueva Tierra
HD-189733b
El metano puede jugar un papel de crucial importancia en la química prebiótica, esto es, en la serie de reacciones químicas que se consideran necesarias para que surja la vida tal y como nosotros la conocemos. El autor del descubrimiento, Mark Swain, que en un trabajo anterior, publicado en diciembre del año pasado, ya indicó que la atmósfera de HD-189733b parecía contener vapor de agua, ya no tiene dudas al respecto. «Con esta observación -afirma Swain- ya no existen dudas sobre si hay agua allí o no: El agua está presente».
Cada vez más investigadores opinan que muy pronto estaremos en condiciones de comparar nuestro mundo con otros similares, y de establecer teorías mucho más sólidas sobre nuestros orígenes. A ello ayudará, sin duda toda una flotilla de telescopios espaciales que serán lanzados tanto por Estados Unidos como por Europa con el objetivo principal de encontrar planetas como el nuestro. Mark Swain, científico del Jet Propulsion Laboratory, de la NASA, pudo determinar también la presencia de dióxido y monóxido de carbono en HD 189733b, un paso de excepcional importancia en la carrera hacia la búsqueda de formas de vida fuera de la Tierra.
Por último, a principios de este mismo año los astrónomos se dieron cuenta de que en una vieja imagen tomada hace ya once años por el telescopio espacial Hubble aparecía HR 8799b, un exoplaneta algo mayor que Júpiter y a 129 años luz de distancia que había sido «descubierto» apenas un año antes. Se trata de la primera imagen directa que existe de un planeta extrasolar, aunque los astrónomos están convencidos de que encontrarán más al revisar con más cuidado la colección de imágenes del Hubble.
En busca de una nueva Tierra
HR8799b
Una búsqueda difícil
Las características propias de cada sistema planetario pueden ser muy variadas y dependen de un amplio abanico de procesos químicos y físicos, de la intensidad de los campos magnéticos, de las turbulencias y la composición de las nubes originales de polvo y gas... La Ciencia no dispone aún de datos definitivos que permitan predecir la frecuencia con la que se produce la formación planetaria o la manera en que los planetas, cuando existen, distribuyen sus masas y sus órbitas alrededor de las estrellas.
Este límite en nuestras posibilidades de conocimiento se debe, naturalmente, al hecho de que la mayor parte de los modelos científicos de que disponemos en la actualidad se basan en el estudio del único ejemplo que conocemos, nuestro propio Sistema Solar. Y hasta que no podamos compararlo con otros parecidos, ni siquiera estaremos en condiciones de saber si el nuestro es un sistema planetario corriente o si, por el 
contrario, presenta alguna característica que lo convierte en único y excepcional. 

Por eso resulta tan importante la búsqueda de mundos como el nuestro. Si la Ciencia encontrara algún planeta potencialmente habitable, o varios, o un gran número de ellos, podríamos establecer las características que la clase de mundos que los humanos podemos ocupar deben tener.
Planetas habitablesEl problema, claro, es saber dónde hay que mirar para conseguirlo. ¿Qué es exactamente lo que hace que un planeta sea habitable? ¿Existen alrededor de las estrellas zonas privilegiadas en los que mundos como el nuestro puedan florecer? Los astrónomos, por un lado, parecen estar de acuerdo en que, para que haya vida, lo primero que hay que hacer es determinar la presencia de agua en estado líquido. Y esa es una característica que depende en gran medida del tipo de estrella alrededor de la que un planeta gire.
En busca de una nueva Tierra
Zona habitable
Rodeando cada estrella, y dependiendo de factores como su tamaño o temperatura, existe lo que los científicos llaman «zona habitable», es decir, el área concreta en la que sería posible que se formara un planeta con agua en estado líquido. Los mundos que se encuentran fuera de esta zona quedan, en principio, descartados como candidatos. En efecto, si un planeta estuviera más cerca de su estrella y fuera de la 
«zona habitable», estará tan caliente que cualquier resto de agua se evaporaría al instante, como es el caso de Venus o de Mercurio dentro de nuestro Sistema Solar.
Si, por el contrario, el planeta estuviera más lejos, estaría tan frío que el agua sólo sería posible en forma de hielo, como sucede, por ejemplo, en Marte. Para nuestro Sol, la zona habitable se encuentra exactamente entre las órbitas de Venus y Marte. Un lugar que ocupa nuestro propio mundo, la 
Tierra.
El segundo factor importante es el tamaño y la masa del planeta candidato. 
Los mundos con menos de la mitad de la masa terrestre no tienen gravedad suficiente para retener una atmósfera bajo cuyo abrigo pueda desarrollarse la vida, como sucede, una vez más, con Marte. Y al otro extremo, los 
planetas con una masa superior a diez veces la de la Tierra, tienen gravedad suficiente para seguir atrayendo gases y elementos muy abundantes en el espacio, como hidrógeno y helio, y terminan por convertirse en gigantes 
gaseosos, como es el caso, en nuestro sistema, de Júpiter, Saturno, Urano y 
Neptuno. Determinar las zonas habitables de otras estrellas es, pues, el primer paso de esta nueva carrera.
Y a eso se dedica precisamente el ya citado James F. Kasting. Muchos de los esfuerzos de este científico se dedican, precisamente, a determinar con exactitud las fronteras de la «zona habitable» de nuestro propio Sistema Solar. El resultado será una especie de «guía» que nos permita identificar esas mismas zonas alrededor de estrellas lejanas: «Conocer dónde están las zonas habitables alrededor de otras estrellas nos permitirá buscar planetas parecidos a la Tierra», asegura el geólogo.

martes, 4 de enero de 2011

Formas de contactar con los extraterrestres

A pesar de la seria advertencia de Stephen Hawking, la NASA estudia nuevas misiones para intentar encontrar vida fuera de la Tierra.
El célebre científico Stephen Hawking advertía hace tan sólo unos días de los peligros de contactar con una civilización extraterrestre, una situación que, a su juicio, la humanidad debe evitar a toda costa. La NASA parece haber hecho oídos sordos al consejo y acaba de anunciar que está analizando 28 propuestas de misiones para buscar vida fuera de nuestro planeta. Y ni siquiera muy lejos, en el vecindario del Sistema Solar.
«La búsqueda de vida extraterrestre es clave en la exploración del Sistema Solar», ha asegurado Steve Squyres, científico planetario de la Universidad de Cornell en Nueva York y presidente de un comité de la Academia Americana de las Ciencias, encargada de formular recomendaciones para la investigación de la agencia espacial norteamericana. Los científicos han comenzado a investigar 28 proyectos que van desde una nave espacial robótica dirigida a Mercurio hasta sondas que viajen a los confines de nuestro sistema planetario. Uno de las proyectos más ambiciosos es el de intentar traer a la Tierra muestras de suelo marciano. La misión, descrita como «muy compleja», consistiría en enviar un robot a Marte para recolectar muestras del suelo que luego otra nave traería de vuelta. «Estas muestras podrían revelar las formas de vida que han existido o que existen actualmente» en el Planeta rojo, ha explicado Squyres, que también ha trabajo en el proyecto de los famosos y eficaces rovers Spirit y Opportunity, durante una conferencia en Texas. Uno de los objetivos es analizar los vastos campos de yeso que cubren gran parte de la superficie del planeta, donde quizás puedan aparecer fósiles de organismos vivos, como se han preservado en el Meditarráneo. Otro de los objetivos de la misión a Marte es la búsqueda del origen del misterioso metano en la atmósfera marciana, que algunos apuntan a que pueda ser orgánico.
Europa, una luna de Júpiter que puede tener un océano de agua líquida bajo su corteza de hielo, es otro de los objetivos donde los científicos han puesto el ojo. La idea es enviar una sonda robótica, equipada con un radar de penetración del terreno, para desentrañar el enigma. Titán y Encelado, lunas de Saturno, también están en la lista de lugares de explorar.
«¿Vamos a escondernos?»Obviamente, las misiones descritas hasta ahora buscan rastros de vida microbiana o algo similar. En cuanto al ratreo de seres inteligentes, la NASA ya ha intentado en numerosas ocasiones hacer contacto... con muy pobres resultados. La única posible respuesta obtenida en 50 años de búsqueda de otros civilizaciones es la señal «Wow!», un código de letras y números detectado el 15 de agosto de 1977 que describía la fuerza de la señal por encima del ruido de fondo y que, por lo visto, no podía haber sido emitida desde la Tierra. Hace algunos días, Stephen Hawking advirtía de que este empeño por llamar a E.T. es un tremendo error, ya que la visita de extraterrestres a nuestro planeta tendría el mismo efecto que Cristobal Colón a su llegada a América. El físico británico especuló con que esos seres vendrían a «conquistar y colonizar».
El comentario ha revitalizado un debate turbulento. Según Seth Shostak, alto astrónomo del Instituto SETI, una organización dedicada a la búsqueda de vida inteligente fuera de la Tierra , el enfoque no debe ser necesariamente de temor. «¿Vamos a escondernos siempre debajo de una roca?», se pregunta el científico. «No es posible». Para Mary Voytek, astrobióloga de la NASA, «estamos preparados para descubrir cualquier tipo de vida, de cualquier forma».
El Instituto SETI, situado en Mountain View, California, tiene una actitud pasiva. Se dedica a escuchar cualquier señal que llegue del espacio. Desde hace más de un cuarto de siglo, sin embargo, varios grupos han apostado por el envío intencionado de señales a otros mundos. El más famoso fue la emisión de tres minutos desde el Observatorio de Arecifo en Puerto Rico en 1974. En 1990, científicos canadienses intentaron algo parecido mediante una antena desde Ucrania. Uno de los últimos intentos, más poético que eficaz, ocurrió hace dos años, cuando la NASA envió al espacio una canción de Los Beatles, «Across the Universe» a la estrella Polar para celebrar el 50 aniversario de la agencia espacial. Además, cuatro sondas de la NASA -Deep Space, Pioner 10 y 11 y Voyager 1 y 2 - llevan placas y grabaciones que dicen quiénes somos y dónde estamos, incluidas unas instrucciones para llegar hasta aquí. Estas sondas, lanzadas en 1970, se encuentran ahora en los bordes del Sistema Solar.
Como hormigas para ellosPor mucho que proteste Hawking, las señales ya están en el espacio, por no hablar de las enviadas de forma no intencionada por nuestros sistemas de comunicaciones, como la radio o la televisión. Es algo que no se puede parar. Sin embargo, enviar un mensaje con un objetivo concreto es muy difícil. Hasta el momento se lanzan al azar, no hacia mundos similares a la Tierra. «No sabría ni por dónde empezar», confiesa Sara Seager, astrobióloga del prestigioso Instituto Tecnológico de Massachusetts (MIT). Esta situación cambiará dentro de unos años, cuando los nuevos y potentes telescopios sean capaces de encontrar planetas similares a la Tierra que puedan albergar vida. Sin embargo, para Seager es muy probable que, de tener la habilidad de llegar hasta aquí, esas civilizaciones sean tan avanzadas que ni siquiera necesiten nuestras señales para encontrarnos. «Si tienen la capacidad de llegar hasta aquí, probablemente serán para nosotros lo mismo que nosotros somos para las hormigas», afirma el ex jefe científico de la NASA Alan Stern.
Frank Drake, que realizó el primer experimento moderno de inteligencia extraterrestre, estima que existen cerca de 10.000 civilizaciones inteligentes en el Universo, mientras que el fallecido Carl Sagan señalaba que son cerca de un millón. De momento, nadie nos ha dicho hola.