Existe un principio científico y filosófico llamado “principio de mediocridad” que afirma que nada de lo que conocemos acerca de nosotros mismos como seres vivos o como seres inteligentes, o de nuestro planeta, o de nuestra estrella, o de nuestra galaxia, es un caso especial y único en el cosmos. Según ese principio la vida en el planeta Tierra no sería un caso especial y único, y la presencia de una especie inteligente y tecnológica tampoco.
Existe otro principio que entra en la misma categoría, llamado principio de la “navaja de Ockham” o principio de economía o de parsimonia, según el cual, no ha de presumirse la existencia de más cosas que las absolutamente necesarias.
En ausencia de datos fiables, los científicos usan este tipo de principios para intentar acertar con la verdad de aquello que no solo no conocen, sino que queda aún muy lejos de ser conocido, pero siempre desde una postura abierta, nada dogmática, y cautelosa.
No tenemos datos fiables sobre señales de origen extraterrestre, aunque existe el registro de una recepción de origen extraterrestre muy significativa, fue la señal WOW recibida el 15 de agosto de 1977 a las 23.16, el radiotelescopio Big Ear. Esta señal encaja a la perfección con lo que se esperaba fuera una señal de origen extraterrestre de origen no natural, pero no pudo ser confirmada por otros radiotelescopios ni en posteriores ocasiones. La ciencia es muy cautelosa y un dato aislado tiene escaso valor.
SETI es el acrónimo del inglés Search for ExtraTerrestrial Intelligence, o Búsqueda de Inteligencia Extraterrestre. Existen numerosos proyectos SETI, que tratan de encontrar vida extraterrestre inteligente,uno de ellos es SETI@home que se sirve de la capacidad de cálculo distribuido desde simples ordenadores domésticos, pertenecientes a una gran cantidad de voluntarios que ceden parte de tiempo de CPU de sus ordenadores. La señal más interesante localizada por SETI@home”, en opinión de Dan Werthimer, radio astrónomo de la Universidad de California en Berkeley (UCB) y director de proyectos para SETI@home, es la denominada SHGb02+14a, la señal utiliza una frecuencia alrededor de los 1420 MHz. Esta es precisamente una de las principales frecuencias en las cuales el hidrógeno absorbe y emite energía, siendo el hidrógeno el elemento más común en el universo. Esa sería según algunos astrónomos la frecuencia idónea usada por los posibles extraterrestres que tratasen de demostrar su presencia, y esa es la frecuencia en la que los investigadores convencionales de SETI utilizan. La señal SHGb02+14a parece provenir de un punto entre las constelaciones de Piscis y Aries, donde no hay un sistema planetario o estrella notoria en una distancia de 1000 años luz. La transmisión es muy débil.Korpela cree poco probable que SHGb02+14a sea el resultado de radio interferencia o ruido porque no lleva la firma o señal de ningún objeto astronómico conocido. A pesar de ser la señal más interesante, tampoco es tan interesante como para echar cohetes.
Seth Shostak, uno de los científicos más veteranos del famoso instituto SETI, y que escudriña el cosmos con el fin de detectar algún tipo de señal alienígena, afirma que: “Los alienígenas no invadirán la Tierra, porque no saben que existe”
Si E.T. llamara, él sería quien cogiera el teléfono. Seth Shostak –uno de los científicos más veteranos del famoso instituto SETI– escudriña el cosmos con el fin de detectar algún tipo de señal alienígena. Curioso, escéptico y entusiasta de su trabajo, se considera un explorador, “como aquellos españoles que en el siglo XV quisieron ver más allá del horizonte”.
entrevista335Estamos quizás ante la persona más idónea para sentarse a debatir sobre uno de los grandes enigmas de la ciencia: ¿Estamos solos en el universo? Seth Shostak, el miembro más carismático del instituto SETI –siglas de Search for Extraterrestrial Intelligence–, admite que su obsesión por la búsqueda de vida extraterrestre le viene de la infancia. A sus 65 años de edad, ha superado con creces su meta profesional y sólo espera a que algún día se materialice su sueño.
Tras estudiar en la Universidad de Princeton, en Nueva Jersey, y el Instituto Tecnológico de California (Caltech), combina su labor como radioastrónomo con la de asesor científico en películas como Contact o la recién estrenada Ultimátum a la Tierra. “Sí, tuve que irme a Canadá para ayudar a filmar una escena con Keanu Reeves y John Cleese”, explica con naturalidad. “A veces, el cine potencia la idea de que necesitamos a los extraterrestres, bien cuando vienen a la Tierra, como es el caso de esta película; bien en el espacio, como en Star Trek. Aunque siempre son más atractivos si representan una amenaza directa. Que alguien invada tu país resulta mucho más interesante que si las cosas ocurren lejos de aquí. En cualquier caso, desde el punto de vista científico, es improbable que suceda algo así. Las leyes de la física nos hacen toparnos con un problema tecnológico: para viajar entre las estrellas se necesita una enorme cantidad de energía”.
Además, existe otra razón de peso. Shostak se pone en la piel de los extraterrestres y se pregunta por qué razón vendrían a visitarnos. “No tendría mucho sentido que llegaran hasta aquí, ya que no saben que existimos. Desde su punto de vista, el nuestro es un planeta tan lejano que no pueden sospechar que contiene vida inteligente. La ciencia y la ciencia ficción coinciden en algo: es poco probable que vengan a la Tierra para inmiscuirse en nuestra política”. Así que los amigos de E.T. no van a hacernos una visita, ¿pero están ahí? “No hemos encontrado aún ningún tipo de vida fuera de la Tierra, ni siquiera microbiana”, admite este astrónomo. La sospecha de su existencia es indirecta, extraída de las matemáticas. “Ya hemos encontrado más de 300 planetas que orbitan alrededor de otras estrellas distintas al Sol, aunque esta cantidad no es lo más interesante. Lo que importa es que los astrónomos creen que la mayoría de las estrellas tienen planetas a su alrededor. En la Vía Láctea hay cientos de miles de millones de estrellas; por tanto, podría contener del orden de un billón de planetas”.
Con estas cifras, los cálculos resultan más alentadores. Aunque la mayor parte de ese billón de planetas sea inhabitable, con que uno de cada millón ofreciera las condiciones adecuadas ya “habría muchos mundos favorables para el desarrollo de la vida, a menos que esta sea una especie de milagro”, nos dice Shostak. De acuerdo. Y no sólo hablamos de vida, sino de inteligencia. Imaginemos que dentro de 15 años una nave de la NASA aterriza en Marte y encuentra fósiles de bacterias. ¿Cual sería la trascendencia del hallazgo? “Demostraría que la vida es algo común en el universo. Habríamos encontrado otro planeta habitado además de la Tierra”. Pero, si bien podemos pensar en muchos mundos capaces de albergar alguna estructura biológica, probablemente la mayoría de ellos no produciría “vida más inteligente que la de un trilobites o un dinosaurio”. A pesar de ello, “encontrar un fósil marciano sería alucinante”, asegura Shostak.
La ciencia que busca señales extraterrestres inteligentes también tiene detractores. Por ejemplo, el escritor de ciencia ficción Michael Crichton, fallecido en noviembre de 2008, solía criticarla por ser poco convincente y demasiado especulativa. Su argumento –realmente bueno– era que no conocemos ni uno solo de los factores que determinan el número de posibles civilizaciones con seres inteligentes capaces de comunicarse. Podría variar entre un billón y cero; sólo tenemos suposiciones. ¿Qué ciencia podemos hacer con esto?
“En 2003, Crichton dio una conferencia en el Caltech en la que afirmaba que la búsqueda de vida extraterrestre es una religión”, dice Shostak entre risas. “Si es así, ¡entonces me estoy convirtiendo en un sacerdote! No creo que sea una religión; se trata de exploración. Es lo que impulsó a los españoles en el siglo XV a ver qué había más allá del horizonte. Aquí nos encontramos en la misma situación; no sabemos si afuera hay vida inteligente o estúpida. Lo único que podemos hacer es construir instrumentos y experimentar para ver si tenemos alguna oportunidad de resolver estas cuestiones”.
Nos movemos en el terreno de las especulaciones, y las preguntas se agolpan. Shostak propone un ejercicio mental. “Si tenemos un millón de mundos en los que hay vida y dejamos que evolucionen durante miles de millones de años, ¿en cuántos de ellos surgirá alguna forma de inteligencia? No lo sabemos. Si los dinosaurios no hubieran sido barridos por un meteorito, quizá se habrían vuelto inteligentes y nosotros no estaríamos aquí sentados. Algunos simios, como los chimpancés, y otros animales –delfines, ballenas, algunas aves y pulpos– son bastante listos. En los últimos 50 millones de años varias especies han desarrollado su inteligencia, lo que sugiere que existen presiones evolutivas para que eso ocurra. Quizá la inteligencia no sea un accidente y aparezca normalmente allá donde haya vida. Pero hasta que no encontremos evidencias de su existencia, podemos seguir charlando tranquilamente”.
En el caso de una inteligencia superior, ¿qué tipo de señal indicaría que procede de una civilización extraterrestre? El SETI se dedica a buscar señales ópticas con varios telescopios; uno se encuentra en el propio instituto, en Mountain View (California), la ciudad donde reside Shostak. Las universidades de California en Berkeley y de Harvard tienen sus propios instrumentos que rastrean los cielos en busca de señales luminosas. Sin embargo, la vía de comunicación más sencilla es por ondas de radio. Desde el punto de vista energético, constituye la manera más económica de enviar bits de información entre estrellas. La radioseñal “quizá no sea la única forma de comunicarse, pero sí una de las más sencillas. Con sólo un transmisor puedes emitir un mensaje a otros mundos desde un garaje”.
En la película Contact, Jodie Foster ve cumplido el sueño de toda una vida: recoger una señal inteligente. Si se lograra algo así en la realidad, ¿cómo se descifraría la información que transporta? Aquí los mitos saltan en pedazos. Los mensajes pueden ser muy complejos si llevan imágenes, textos o sonidos, y los radiotelescopios están diseñados para recibir sólo una señal. “Necesitaríamos una antena mucho más grande”, explica el astrónomo. En primer lugar, habría que aislar esta señal del ruido de fondo. Shostak confía en que los gobiernos del mundo financien la creación de un instrumento lo suficientemente sensible como para captar un mensaje. Desde luego, valdría la pena. En 1977, el radiotelescopio Big Ear de Ohio detectó una señal muy intensa. El aparato estaba fijo y escaneaba el firmamento gracias al movimiento de rotación de la Tierra. La señal –que procedía de una parte del cielo donde se ubica la constelación de Sagitario– duró 72 segundos y tuvo un pico de intensidad en el punto medio del barrido para después decrecer y desaparecer. Su frecuencia se correspondía con la de la emisión electromagnética del hidrógeno. El astrónomo Jerry Ehman, que participaba en el proyecto, soltó un sonoro ¡Wow! cuando comprobó los parámetros técnicos de la onda que, a partir de entonces, quedó bautizada con esa interjección inglesa: Wow!
Tras aquel increíble momento de excitación, todos los intentos de detectar de nuevo la señal han sido infructuosos. El radiotelescopio de 26 metros en Hobart (Tasmania, Australia) realizó seis observaciones de catorce horas de duración cada una sobre la misma región celeste, pero Wow! no apareció; tan sólo se captaron señales que tenían apenas el 5% de su potencia. Después de muchos años, Ehman ha concluido que la recepción de esa onda pudo deberse a una emisión de la Tierra que rebotó en un pedazo de basura espacial y dio un buen sobresalto a los cazadores de mensajes extraterrestres. Como explica Shostak, Wow! fue una señal en banda estrecha, con las características de una onda emitida por un transmisor. Eso es lo que buscamos, algo proveniente de una fuente artificial, y no de la naturaleza, que es capaz de producir muchas señales. El gas frío entre las estrellas emite sus propias ondas de radio. Los gases calientes, los pulsares, los cuásares y el Sol son grandes radioemisores. Pero sus señales no son como las que captura un receptor de televisión, que están restringidas a una parte del espectro. Si encontrásemos algo así, sabríamos que no es obra de la naturaleza”. Wow! hizo mucho ruido mediático, pero no pudo ser verificada, y este es un requisito sustancial para tomarla en serio. “No sería científico afirmar que fue una señal extraterrestre”, advierte este experto.
En este momento, el SETI colabora con la Universidad de California en Berkeley para construir el Allen Telescope Array (ATA) –matriz de telescopios Allen–, un conjunto de 350 radioantenas en el Radio Observatorio de Hat Creek, a unos 466 kilómetros al noreste de San Francisco. ATA es el sueño de los cazadores de alienígenas. Con un coste de 50 millones de dólares, donados en gran parte por el cofundador de Microsoft, Paul Allen, la red se dedicará íntegramente a captar señales artificiales 24 horas al día, siete días a la semana, 365 días al año. “Va a acelerar mucho nuestra búsqueda porque los instrumentos están específicamente diseñados con este propósito y podemos usarlos cuando queramos”.
Esta red cambiaría muchas cosas. Los radiotelescopios jamás han observado ininterrumpidamente el cielo en busca de señales extraterrestres, lo que significa que hasta ahora los astrónomos han estado jugando a la lotería galáctica con sólo un par de números. Así la posibilidad de que toque el gordo es prácticamente infinitesimal. La directora del SETI, Jill Tarter –en cuyo personaje se basó Carl Sagan para construir el personaje de la doctora Arroway, interpretado por Jodie Foster–, lo explica de otra manera en un vídeo. Estamos en una playa y queremos pescar. Cogemos un vaso vacío, lo llenamos con el agua que baña nuestros pies y observamos que dentro no hay ningún pez. Si hacemos el experimento mil veces, lo más probable es que nunca tengamos éxito.
Aunque nuestra galaxia es un vasto océano –sólo se han explorado unos mil sistemas estelares–, la matriz Allen permitirá a los investigadores bucear un poco en sus aguas. En otras palabras, les dotará de muchos más números para jugar a una lotería de dimensiones cósmicas. “Normalmente, lo que hacemos en nuestra búsqueda –dice Shostak– es escudriñar las estrellas cercanas, donde creemos que será más fácil detectar una señal. Pero hay otros sitios donde husmear. Por ejemplo, el centro de la Vía Láctea. Quizá allí haya civilizaciones avanzadas”.
¿Y qué hará el científico si llega el gran momento? Podemos imaginarle saltando de la silla del observatorio y gritando como un loco. Nada de eso. “Hemos tenido falsas alarmas, así que ya sabemos lo que pasaría. Constantemente estamos detectando señales y tan pronto como obtuviéramos una interesante, todo el mundo empezaría a enviarse e-mails. Tendrían que pasar días, quizá una semana, para comprobar que la señal procede del mundo extraterrestre y no se trata de otra interferencia. La prensa empezaría a llamar enseguida, ya que no guardamos secretos. Así que, si encontramos esa señal, no te preocupes; lo leerás en los periódicos”, concluye este cazaextraterrestres.
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