«Estamos a punto de descubrir muchos mundos como el nuestro», dijo hace apenas unos meses James F. Kasting, geólogo, experto en atmósferas y habitabilidad planetarias y una de las voces más autorizadas a la hora de decir cuáles son las condiciones que debe reunir un mundo lejano para que resulte habitable por el hombre. Entre otros especialistas, Kasting, profesor de la Universidad de Pensilvania, se encuentra estos días en Barcelona para participar en el Congreso «Pathway towards Habitable Planets» (El camino hacia los Planetas Habitables), que hasta el día 18 reunirá a los principales expertos sobre el tema en Cosmocaixa.
Este congreso, aseguran los organizadores, servirá para definir el camino a seguir para descubrir y caracterizar los primeros planetas extrasolares en condiciones de ser habitados por nuestra especie. Pero no sólo eso. Se trata también de hallar, por fin, formas de vida fuera de nuestro Sistema Solar. Un hito que, según la mayor parte de los científicos, podría hacerse realidad en el transcurso de las dos próximas décadas.
«¿Le gustaría quedarse dormido y despertar dentro de, digamos, 200 años?», le pregunté entonces a Kasting. «Seguro que entonces tendremos gran parte de las respuestas -respondió él-. Pero me conformaría con dormirme 20 años. En ese tiempo creo que tendermos ya respuestas importantes. Estamos a punto de localizar no uno, sino muchos planetas parecidos a la Tierra. Y mi objetivo es mantenerme vivo el tiempo suficiente para verlo».
La búsqueda de exoplanetas es una de las últimas revoluciones de la astronomía y, a la vez, la realización de un sueño que hasta hace poco más de una década parecía inalcanzable. Una vez más, es la tecnología que está a disposición de los estudiosos del cielo (junto a enormes dosis de imaginación e ingenio) la que
está consiguiendo convertir en realidad lo aparentemente imposible.
Hoy, en
efecto, hemos conseguido «ver» lo que sucede alrededor de otros soles, estudiar decenas de sistemas planetarios en plena formación y observar cientos de mundos individuales alrededor de estrellas lejanas. Desde el año 1993, unos 350 planetas externos al Sistema Solar han sido localizados, estudiados y clasificados por los astrónomos. El más cercano a nosotros, Epsilon Eridani, gira alrededor de la estrella del mismo nombre, a una distancia de 10,4 años luz. El más lejano, OGLE-TR-56b, está bastante más
lejos, a 17.000 años luz de la Tierra.
Todo comenzó en 1993, cuando el astrónomo polaco Alexander Wolszczan anunció el descubrimiento de tres grandes objetos en órbita del pulsar PSR 1257+12. Un pulsar es lo que queda de una estrella después de que explote en forma de supernova, un denso núcleo de neutrones que gira a gran velocidad y que
emite, de ahí su nombre, «pulsos» electromagnéticos a intervalos regulares. Como auténticos «faros espaciales», estos objetos fascinan a los científicos desde hace décadas.
Para Wolszczan, los cuerpos que descubrió alrededor de
PSR 1257+12 también podían atribuirse a la explosión estelar que originó el pulsar. Por supuesto, no se trataba de planetas como el nuestro, sino de
objetos de grandes dimensiones, de tamaños comparables al de estrellas
pequeñas, formados, además, durante un episodio catastrófico y girando alrededor de una estrella moribunda. Un primer paso para la ciencia, pero
que no tenía nada que ver con un sistema planetario como el nuestro. La carrera, sin embargo, había empezado y ya no volvería a detenerse.
El primer planeta descubierto alrededor de una estrella del tipo de nuestro Sol fue anunciado el 6 de octubre de 1995 por los astrónomos suizos Michel Mayor y Didier Queloz. Se trataba de un gigante gaseoso, cientos de veces
mayor que Júpiter, localizado en una órbita muy cercana a 51 Pegasi, una estrella que está a 47,9 años luz de distancia de la Tierra. El planeta fue bautizado como 51 Pegasi b.
Al mismo tiempo, otro equipo científico, esta vez norteamericano, trabajaba febrilmente en su propio descubrimiento planetario, pero no logró adelantarse al grupo suizo. Liderado por Geoffrey Marcy, de la Universidad de California, el equipo anunció dos nuevos planetas extrasolares apenas unos meses después de que lo hicieran Mayor y Didier.
Nuevos mundosLos nuevos descubrimientos no se hicieron esperar. A un ritmo cada vez mayor, astrónomos de todo el mundo empezaron a buscar, y a encontrar, nuevos mundos alrededor de estrellas lejanas. La resolución de los instrumentos y la puesta a punto de nuevas técnicas de detección ha ido permitiendo, además, ir afinando la búsqueda y localizar planetas cada vez más parecidos, en cuanto a características físicas, a nuestro propio hogar en el espacio.
Sin embargo, hubo que esperar hasta junio de 2005 para que los científicos anunciaran el primer «planeta terrestre», es decir, sólido y no gaseoso, fuera del Sistema Solar. Se trata de Gliese 876 d, recuerda a Neptuno, es unas ocho veces mayor que la Tierra y es el tercer mundo que se descubre alrededor de la estrella Gliese 876, una enana roja (más pequeña y fría que el Sol) que se encuentra en la constelación de Acuario, a 15 años luz de distancia. Los otros dos planetas de este sistema (Gliese 876 b y Gliese 876 c) están más lejos de la estrella y son gigantes gaseosos.
Para quien se esté preguntando cómo es posible «observar» planetas que se encuentran a distancias tan enormes, aclararemos que no se trata de observaciones directas, como las que podemos hacer de Marte o la Luna. Para que un telescopio pudiera «ver» directamente un mundo más allá del Sistema Solar, su espejo principal debería ser enormemente grande, mayor incluso de cien metros, lo cual resulta imposible de conseguir con la tecnología actual.
Nuevas técnicasPero existen otras formas de darse cuenta de la presencia de estos ansiados mundos exteriores. Una de ellas, gracias a la cual se realizaron los primeros hallazgos, se basa en la mutua atracción que dos cuerpos ejercen uno sobre otro. Cuerpos que, en este caso, serían el planeta que se quiere ver y la estrella alrededor de la cual gira.
Los primeros «cazadores de planetas» midieron, en efecto, las pequeñas perturbaciones gravitatorias sufridas por las estrellas que poseen planetas gigantes. Los cálculos permiten saber, a partir de dichas perturbaciones, el tamaño del planeta en cuestión y su posición en relación a la estrella a cuyo sistema pertenece. El método, sin embargo, aunque efectivo, sólo es capaz de identificar a los mundos más grandes. Jamás se podría encontrar así un planeta como la Tierra.
Más reciente y sofisticado es el método que consiste en medir la luminosidad de las estrellas, que disminuye cuando un planeta «cruza» por delante y se sitúa entre esas estrellas y nuestra propia posición. Es precisamente la técnica utilizada por el satélite europeo «Corot», lanzado por la ESA para detectar mundos lejanos.
Estos «tránsitos planetarios» permiten, si son lo suficientemente precisos, determinar la masa de los planetas a base de la disminución del brillo de sus estrellas cuando pasan por delante de ellas. Pero tampoco se podría encontrar así un mundo como el nuestro. Se ha calculado que un planeta del tamaño de
Júpiter, el gigante de nuestro Sistema Solar, sólo provocaría una
disminución de un uno por ciento del brillo de una estrella similar al Sol.
Un hogar en el espacioHasta ahora, el primer paso hacia la búsqueda de planetas como el que nosotros habitamos fue dado a principios de 2006, cuando un consorcio internacional de astrónomos anunció el descubrimiento de un mundo helado, mucho más
pequeño que Neptuno, localizado en la región central de nuestra galaxia. En febrero de 2007 se consiguió por primera vez determinar la composición atmosférica de un exoplaneta. Se trataba del gigante HD 209458b, un mundo a 150 años luz de la Tierra (arriba) y más de 200 veces mayor que ella. El vídeo introductorio muestra una reconstrucción de estelejano mundo.
Poco después, en abril de ese mismo año, un equipo de astrónomos de Suiza, Francia y Portugal anunciaba el descubrimiento del primer planeta extrasolar que podría, por lo menos hipotéticamente, ser habitado por el hombre. Se trataba de un mundo rocoso, apenas un 50% mayor que la Tierra, a unos 150 años luz de distancia y situado en la «zona de habitabilidad» de su estrella, la ya bien conocida enana roja Gliese 581. El planeta, además, tenía (y tiene) todo lo necesario para poseer agua líquida, una de las condiciones consideradas imprescindibles para la vida. Su reconstrucción puede apreciarse en el vídeo sobre estas líneas.
Otro importante hito se consiguió el pasado mes de marzo, cuando el Hubble logró, por primera vez en la historia, captar vapor de agua y moléculas orgánicas (metano) en la atmósfera de un planeta extrasolar. El hallazgo se produjo en HD 189733b otro viejo conocido de los astrónomos. A 63 años luz de la Tierra, en la constelación Vulpécula, este planeta extrasolar de tamaño parecido a Júpiter fue descubierto por un grupo de investigadores franceses el 6 de octubre de 2005. Y desde entonces ni ellos ni cientos de colegas de todo el mundo han dejado de observarlo con cuidada atención.
El metano puede jugar un papel de crucial importancia en la química prebiótica, esto es, en la serie de reacciones químicas que se consideran necesarias para que surja la vida tal y como nosotros la conocemos. El autor del descubrimiento, Mark Swain, que en un trabajo anterior, publicado en diciembre del año pasado, ya indicó que la atmósfera de HD-189733b parecía contener vapor de agua, ya no tiene dudas al respecto. «Con esta observación -afirma Swain- ya no existen dudas sobre si hay agua allí o no: El agua está presente».
Cada vez más investigadores opinan que muy pronto estaremos en condiciones de comparar nuestro mundo con otros similares, y de establecer teorías mucho más sólidas sobre nuestros orígenes. A ello ayudará, sin duda toda una flotilla de telescopios espaciales que serán lanzados tanto por Estados Unidos como por Europa con el objetivo principal de encontrar planetas como el nuestro. Mark Swain, científico del Jet Propulsion Laboratory, de la NASA, pudo determinar también la presencia de dióxido y monóxido de carbono en HD 189733b, un paso de excepcional importancia en la carrera hacia la búsqueda de formas de vida fuera de la Tierra.
Por último, a principios de este mismo año los astrónomos se dieron cuenta de que en una vieja imagen tomada hace ya once años por el telescopio espacial Hubble aparecía HR 8799b, un exoplaneta algo mayor que Júpiter y a 129 años luz de distancia que había sido «descubierto» apenas un año antes. Se trata de la primera imagen directa que existe de un planeta extrasolar, aunque los astrónomos están convencidos de que encontrarán más al revisar con más cuidado la colección de imágenes del Hubble.
Una búsqueda difícil
Las características propias de cada sistema planetario pueden ser muy variadas y dependen de un amplio abanico de procesos químicos y físicos, de la intensidad de los campos magnéticos, de las turbulencias y la composición de las nubes originales de polvo y gas... La Ciencia no dispone aún de datos definitivos que permitan predecir la frecuencia con la que se produce la formación planetaria o la manera en que los planetas, cuando existen, distribuyen sus masas y sus órbitas alrededor de las estrellas.
Este límite en nuestras posibilidades de conocimiento se debe, naturalmente, al hecho de que la mayor parte de los modelos científicos de que disponemos en la actualidad se basan en el estudio del único ejemplo que conocemos, nuestro propio Sistema Solar. Y hasta que no podamos compararlo con otros parecidos, ni siquiera estaremos en condiciones de saber si el nuestro es un sistema planetario corriente o si, por el
contrario, presenta alguna característica que lo convierte en único y excepcional.
Por eso resulta tan importante la búsqueda de mundos como el nuestro. Si la Ciencia encontrara algún planeta potencialmente habitable, o varios, o un gran número de ellos, podríamos establecer las características que la clase de mundos que los humanos podemos ocupar deben tener.
Planetas habitablesEl problema, claro, es saber dónde hay que mirar para conseguirlo. ¿Qué es exactamente lo que hace que un planeta sea habitable? ¿Existen alrededor de las estrellas zonas privilegiadas en los que mundos como el nuestro puedan florecer? Los astrónomos, por un lado, parecen estar de acuerdo en que, para que haya vida, lo primero que hay que hacer es determinar la presencia de agua en estado líquido. Y esa es una característica que depende en gran medida del tipo de estrella alrededor de la que un planeta gire.
Rodeando cada estrella, y dependiendo de factores como su tamaño o temperatura, existe lo que los científicos llaman «zona habitable», es decir, el área concreta en la que sería posible que se formara un planeta con agua en estado líquido. Los mundos que se encuentran fuera de esta zona quedan, en principio, descartados como candidatos. En efecto, si un planeta estuviera más cerca de su estrella y fuera de la
«zona habitable», estará tan caliente que cualquier resto de agua se evaporaría al instante, como es el caso de Venus o de Mercurio dentro de nuestro Sistema Solar.
Si, por el contrario, el planeta estuviera más lejos, estaría tan frío que el agua sólo sería posible en forma de hielo, como sucede, por ejemplo, en Marte. Para nuestro Sol, la zona habitable se encuentra exactamente entre las órbitas de Venus y Marte. Un lugar que ocupa nuestro propio mundo, la
Tierra.
El segundo factor importante es el tamaño y la masa del planeta candidato.
Los mundos con menos de la mitad de la masa terrestre no tienen gravedad suficiente para retener una atmósfera bajo cuyo abrigo pueda desarrollarse la vida, como sucede, una vez más, con Marte. Y al otro extremo, los
planetas con una masa superior a diez veces la de la Tierra, tienen gravedad suficiente para seguir atrayendo gases y elementos muy abundantes en el espacio, como hidrógeno y helio, y terminan por convertirse en gigantes
gaseosos, como es el caso, en nuestro sistema, de Júpiter, Saturno, Urano y
Neptuno. Determinar las zonas habitables de otras estrellas es, pues, el primer paso de esta nueva carrera.
Y a eso se dedica precisamente el ya citado James F. Kasting. Muchos de los esfuerzos de este científico se dedican, precisamente, a determinar con exactitud las fronteras de la «zona habitable» de nuestro propio Sistema Solar. El resultado será una especie de «guía» que nos permita identificar esas mismas zonas alrededor de estrellas lejanas: «Conocer dónde están las zonas habitables alrededor de otras estrellas nos permitirá buscar planetas parecidos a la Tierra», asegura el geólogo.
No hay comentarios:
Publicar un comentario
Gracias por su comentario